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¿QUIENES SOMOS?
La Iglesia Cristiana Adventista del Séptimo Día, está establecida en los cinco continentes (204 países de las 229 países y áreas reconocidas por las Naciones Unidas), Siguiendo la instrucción de Jesucristo a sus discípulos, "Id por todo el mundo y predicad el evangelio", se considera una iglesia universal que no quiere circunscribir su actuación a determinadas zonas del mundo. Las 310 lenguas en las que publica literatura, y si se incluye la lengua hablada, las 803 lenguas y dialectos, en los que proclama el evangelio, lo confirman. Por su reconocimiento de Jesucristo como el único Mediador y Salvador y la Biblia como única regla infalible de fe, por su aceptación de la salvación sólo por gracia y sólo por fe, la Iglesia Adventista del Séptimo Día, se inscribe, dentro del conjunto de iglesias cristianas históricas, en el tronco de los grupos religiosos herederos de la Reforma del siglo XVI. En el tiempo presente, dentro del cristianismo, la Iglesia Adventista se presenta como un movimiento integrador de la fe apostólica, con la misión de despertar las conciencias de los hombres a la promesa de nuestro Señor Jesucristo de que el momento de su segundo advenimiento está cercano. Ésta es una de sus características fundamentales y de la que toma su nombre, por las trascendencia que dicho acontecimiento tiene para la historia del hombre. En todas sus actividades religiosas sigue como modelo a Jesucristo y ofrece una acción salvadora en aspectos médicos, asistenciales y educativos. Esta triple acción responde al concepto evangélico del ministerio de Jesucristo, quien predicaba, sanaba y educaba. En nuestro país, la Iglesia Adventista, está presente desde principios del siglo XX. Se estableció primeramente en Barcelona, para ir extendiéndose a casi todo el territorio nacional. En 1968 fue una de las primeras confesiones en solicitar el reconocimiento legal en el marco de la Ley de Libertad Religiosa. La presencia y testimonio de la comunidad adventista, en medio de una sociedad cada día mas materializada, aporta un triunfo de la dimensión trascendente sobre ese bombardeo incesante de secularización al que nos tiene habituados la vida moderna. Representa, así mismo, una comunidad de servicio y de amor, de interés y de corresponsabilidad por el mundo sufriente, por el prójimo desvalido o menesteroso.
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